LA PALMA – ISLA BONITA

En el extremo noroccidental del archipiélago canario, en medio del Atlántico, formando parte de La Macaronesia, descansa esta pequeña joya que enamora al menor de los románticos. Azotada por el viento, iluminada por las estrellas, desdibujada por las nubes, ha cruzado las miradas de la más antigua arqueología a la más moderna astronomía. Con forma de diamante, el inmenso orificio central de la Caldera de Taburiente, escupe hacia el mar imponentes volcanes, profundos bosques y bravas costas.

Salvaje y sencilla, ha sabido conservar su encanto sin dejarse prostituir por los complejos turísticos que han colmado las costas de sus vecinas islas del archipiélago. Hace unos cuantos años, fue el lugar elegido para disfrutar de nuestra luna de miel, pero una acertada decisión en último momento, supo que teníamos que enriquecer nuestro espíritu aventurero por otros destinos, antes de saborear intensamente la dulzura de sus paisajes.

Su capital, Santa Cruz, fundada en mayo de 1493, es el fiel reflejo de una urbe espléndida y cosmopolita, el enclave portuario de mayor calado de la época, y una de las radas más relevantes de Europa y del Nuevo Mundo, conforman un perfecto entramado marítimo. Por su importancia y atracción golosa tuvo que ser amurallada para defenderse de las flotas enemigas de la Corona, como la de François Le Clerc, que saqueó la ciudad en 1553, o el pirata Francis Drake, que en 1585 fue rechazado por las milicias insulares. Felipe II, en su carrera hacia las Américas, ordenó que se instalase el Primer Juzgado de Indias.

El primer paso de los muchos kilómetros que realizaremos por toda la isla lo estrenamos en su capital. Quedamos atrapados por las balconadas de tea, ventanas tradicionales, rejillas de celosías, y curiosos trabajos de hierro forjado en las pintorescas y coloreadas calles capitalinas. Las “papas arrugás”, el mojo verde y picón, que acompañan a un delicioso pescado a la espalda, nos ubican en la gastronomía canaria. El sabroso “barraquito” en el Puerto Pesquero, lugar al que nos envía el simpático palmero de hondas facciones tostadas y manos que  denotan años de trabajo en la mar, nos delimita en la cocina palmera.

La clara y azulada mañana nos empuja a acercarnos al Roque de Los Muchachos, cuyo nombre proviene de la forma del mismo. Una serie de monolitos de unos tres metros de altura, se asemejan a un grupo de muchachos. Durante el ascenso, repleto de curvas, quedamos deslumbrados ante el brillante tapiz de colores verde, azul y blanco. El Teide, apuntando al intenso cielo azul, aflora tímido tras un mar de nubes. Proseguimos el ascenso, transitando por los diferentes observatorios, cual bóvedas y antenas parabólicas apuntan a un cielo que al anochecer se colma de estrellas, conservando parte de la luminosidad diurna. Un viento gélido e intenso nos recibe en lo alto. Su fuerza nos encoje. Miramos hacia el infinito, sentimos la isla a nuestros pies, y adivinamos América en el más allá. Profundos barrancos con paredes verticales caen a plomo, en las que coloridas plantas crasuláceas se agarran con fuerza a un oscuro suelo volcánico entre pinceladas de tierra rojiza.

Roque de los Muchachos

Moviéndose al ritmo del viento, el apuesto vigilante del aparcamiento, de facciones curtidas y sonrisa picaresca, entre chistes y chismes, nos descubre recónditos lugares y suculentos dulces. A su salud, degustamos la cabra jugosa de las montañas y el delicioso buñuelo de plátano de Hoya Grande.

En el siglo XVII, el momento más brillante de la cultura barroca, se plasma en la ciudad el gusto por lo pomposo y exuberante, encontrando aquí su más genuina y profunda raíz. En 1773 se erigió el primer ayuntamiento de España, un claro ejemplo de arquitectura civil renacentista.

Los petroglifos de La Zarza-La Zarcita, escondidos en un yacimiento entre un frondoso bosque de pinos de tea y laurisilva, nos regala una serie de abigarrados grabados rupestres de temática geométrica. Los de La Zarza son representaciones de espirales, círculos y semicírculos concéntricos; los de La Zarcita meandriformes. Santuario benahoarita que fue testigo de ritos relacionados con la fecundidad y el agua. Lo metafísico adquiere, gracias al símbolo, una realidad física. El símbolo ilumina lo que el ojo no ve.

Petroglifos y costa norte

La tarde discurre entre pequeñas villas coloniales, de herencia castellana, que descansan silenciosas acariciadas por dragos. Dejan pasar el tiempo, a la espera de que alguno de sus moradores permanezca ensimismado escuchando el suave silbido del viento. Los molinos, que en su día fueron la clave para moler el gofio, principal fuente de alimentación, ahora chapotean solitarios en algunos territorios como Buracas, reformado a museo del gofio, en medio de un verde y profundo barranco.

Camino de Tijarafe, desplomándonos por una bajada de vértigo, llegamos a Prois de Candelaria. Con la única visión del corte entre el cielo y el mar, el estómago se eleva hacia la garganta, y los pensamientos desean aterrizar. Cuando ya no cabía más aire en nuestros pulmones, un ligero ensanchamiento del camino da lugar a una plazoleta. Aparcamos el vehículo y continuamos a pie. El latido del corazón torna a su frecuencia habitual. El sol desciende a nuestro paso, hasta llegar a una enigmática cueva con pequeñas casas de pescadores incrustadas en la roca. Las olas transitan rítmicamente golpeando esta oculta entrada de mar. Pequeñas embarcaciones cargadas de sacos de grano, salían ilegalmente de la isla, para después arribar cargadas de productos de contrabando. Solos en este lugar remoto, abrazados por el eco de las olas, el cielo se enciende a fuego lento y nos suplica alejarnos del paraíso.

Prois de Candelaria

Esta mañana, unos finos altostratus cubren el cielo palmero, y nos lanzan a perseguir fenómenos geológicos recientes. Alcanzamos el volcán Teneguía, en el sur de la Isla, cerca de la población de Fuencaliente. En el otoño de 1971, tras una actividad sísmica en la zona, se desencadenó la erupción que originó el volcán. Fue la última erupción volcánica histórica del archipiélago. La explosión estromboliana, sepultó un manto de cuatro metros con su lava, y fosilizó un cantil costero que dio lugar a un delta de lava, con su consecuente incremento del tamaño de la isla. Los recién llegados líquenes tabaibas, pinos y tajinastes colorean el rojizo suelo bajo el cielo grisáceo. Hacia el mar, las viñas de malvasía endulzan el paisaje. El viento azaroso nos golpea mientras deambulamos por la cresta del volcán. El solitario pino, aferrado en la arena, nos revela cómo incrustar nuestros pies en el suelo deforme, y darle rienda suelta a la cámara de fotos.

Volcán Teneguía

Algo más sosegado es nuestro paseo por Las Salinas. Un suculento arroz negro con chocos inaugura la visita. Uniformes pirámides de blanca sal en celdillas de tierra negra, aguardan pacientemente a que el sol las deshidrate y sean trasladadas a la cocina de los mejores restaurantes. Dos faros vigilan codo a codo el sur de la isla en Fuencaliente, el antiguo con su torre de sillería basáltica de finales del siglo pasado, sobre la casa del farero, ahora con destino a Museo del Mar; y el nuevo de franjas blancas y rojas sobre la negra tierra meridional. Junto a ellos, el pequeño embarcadero da cobijo a los pescadores que recalan sus barcos al abrigo de los vientos, esos alisios constantes que a lo largo de los siglos siguen portando a los veleros hacia las Américas. Unos pequeños arcos, que el mar y el viento han ido esculpiendo, con constancia y paciencia a lo largo de la historia, sirven de hospedaje a las aves de paso.  Al regresar, entre plátanos y precarias viviendas, nos desazona, en Playa Zamora, un lujoso complejo turístico.

Las Salinas

Desde el aparcamiento, Toño el intrépido taxista en su VW California último modelo a prueba de curvas y baches, junto a una pareja de grancanarios, nos acerca a La Casa del Monte, el inicio de la ruta de los Nacientes de Marcos y Cordero (nombre del encargado e ingeniero de la gran obra de canalización para reconducir el agua al valle contiguo). La senda discurre por un sofisticado trazado de ingeniería hidráulica de principios del siglo XX, formado por una red de túneles y canales magistralmente adaptados a la compleja orografía del barranco. El viento se cruza con los pinos canarios que sobresalen de entre la laurisilva, modulando la dulce sinfonía del suave fluir del agua, amenizada por el alegre silbido de risueños pajarillos. Los primeros túneles, de paredes repletas de musgo, oscuros y húmedos, recitan la suave melodía de las gotas desplomándose en el uniforme discurrir del agua. El último túnel, el número trece, te recibe con una cascada que te cala sin compasión. Un descanso para secarnos y reponernos, entre helechos gigantes y diminutos nacimientos de agua, al frescor de la humedad y la sombra, nos brinda la energía necesaria para hacer frente al empinado descenso, entre hipnotizantes piedras azuladas. El día ha sido largo, los pies desean librarse del calzado,  las piernas reclaman reposo, y el sueño nos ayuda a procesar la intensidad de las sensaciones vividas.

Los Nacientes de Marcos y Cordero

Los Domingos en la isla son sosegados, y en algunas poblaciones, como Los Llanos, descubrimos pequeños mercadillos de artesanía hippie, jugos de caña de azúcar, en un ambiente distendido, animado por algunos músicos. 

La villa de Tazacorte, o el París chiquito, es una pequeña población en un mar de plataneras, salpicada de pequeñas y coloreadas viviendas, situada en la desembocadura del Barranco de Las Angustias, una ancha brecha que viaja desde la Caldera de Taburiente hasta el mar. La larga playa de arena negra, y sus costas fueron testigos del inicio de la conquista de La Palma en 1492 por Alonso Fernández de Lugo. Sus calles revelan la arquitectura de antaño, con rincones empedrados y casas coloniales, que dan cobijo a su espíritu pescador. Su  muelle pesquero ofrece las sabrosas delicias de las capturas del día. Es el rincón más soleado de la isla, que cada atardecer se tiñe de naranja.

Los Llanos de Ariadne deslumbran por sus casas tradicionales de arquitectura civil y religiosa palmera, entre inmensos y umbrosos laureles de Indias, traídos de Cuba. El Parque Antonio Gómez Felipe, de gusto exquisito, en honor al odontólogo que lo financió y abrió allí el primer laboratorio bacteriológico de Canarias, es un pequeño rincón al que acuden las parejas a susurrarse tiernas palabras.

Roque Idafe y Caldera de Taburiente

Desde el Barranco de las Angustias, un taxi nos acerca a Los Brecitos. Allí iniciamos el trekking que discurre por diferentes barrancos y miradores. Rodeamos desde diversos lugares al Roque Idafe, venerado por los canarios,  encargado de la protección de La Palma desde el siglo XV. Un sol de justicia nos escolta sin piedad. Los pinos canarios majestuosos ofrecen un respiro de sombra, las chumberas, algo de alimento; las grajas y los pardillos encantan con su música el recorrido. Vertiginosos descensos se suavizan, al seguir al serpenteante riachuelo anaranjado que nos acerca a La cascada de colores; un pequeño salto de agua que se aumentó hace seis décadas, para contener y dirigir el agua de la caldera. La abundancia de hierro en la zona, la negrura de sus piedras, el verde del musgo y el reflejo del sol, ofrecen una peculiar gama de colores amarillentos y anaranjados, que confieren un aura especial. 

La Cascada de colores

El Cubo de la Galga, una reliquia viviente de formaciones vegetales del Terciario, nos adentra en el profundo y recóndito bosque de laurisilva canaria, envuelto de las brumas de los alisios. Misterioso paraje presidido por lauráceas como el Barbusano, Apollonias barbujana, -árbol gigantesco de 25 metros de altura, corteza escamosa y madera rojiza, considerada el ébano de Canarias-, y el Viñátigo,  Persea indica, –un endemismo macaronésico de las lauráceas que puede superar los 20 metros, de copa amplia, siempre verde, densa y ramificada, y tronco de corteza agrietada-. Troncos pétreos y enigmáticos, forman parte del equilibrio natural, y a la vez refugio de aves como palomas canarias, pinzones, y lechuzas. A la penumbra de los Tiles, Ocotea foetens, tapices vegetales de helechos gigantes, nos advierten de la antigüedad de este rincón, que ha sobrevivido desde épocas remotas.

Cubo de la Galga

Próximo a la desembocadura del Barranco de El Agua descubrimos San Andrés y los Sauces, un pintoresco pueblo costero, de empedradas calles y construcciones de arquitectura tradicional canaria, con la iglesia más antigua de la isla. Rodeada de inmensas plantaciones de plataneros, que confluyen hacia al mar, alcanzamos Puerto Espíndola, un pequeño, tranquilo y atractivo puerto pesquero, de arena negra, y aguas bravas, cercano a La Fajana, con cautivadoras y gélidas piscinas naturales, salpicadas por la espuma de olas embravecidas.

Puerto Espíndola y La Fajana

Con la suela de nuestro calzado desgastada, la vista iluminada de colores, el estómago satisfecho, la piel bronceada y bien aireada, el avión nos aleja de este pequeño y a la vez magnífico rincón de nuestra geografía. ¡Volveremos!

LA GARROTXA EN GLOBO

En pleno otoño, cuando los bosques caducifolios nos deslumbran con su variado colorido, nos decidimos a disfrutar de la experiencia que unos meses antes nos habían regalado nuestros amigos Joan y Jung Eun. A mis padres les pareció algo que no se podían perder y se apuntaron a volar. Pasamos un día fantástico. Sigue leyendo LA GARROTXA EN GLOBO

LOS FLYSH DE GUIPUZCOA

Aprovechando una escapadita por el País Vasco, en días soleados de luna llena, y siguiendo las recomendaciones de nuestra amiga Amaia, pudimos disfrutar de uno de los lugares naturales que merece la pena visitar en Guipúzcoa, Los Flysh. Un geoparque considerado un tesoro natural, con una historia geológica de 60 millones de años, escrita en los estratos rocosos sucesivos, que a causa de la erosión del mar, son hoy visibles, revelando las claves de algunos de los eventos más significativos de la historia del Planeta. Sigue leyendo LOS FLYSH DE GUIPUZCOA